Yo tenía un sapo, uno de esos que sabes que nunca van a ser un príncipe, que no tienen corona ni reino, un sapo feo y baboso, pero era mío.
Ahora tengo un príncipe, con caballo y cosas de esas que tienen los príncipes, siempre tan correctos y capaces.
¿Y sabéis qué?
O no soy una princesa o resulta que las princesas a veces se enamoran de los sapos.
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