lunes, 28 de febrero de 2011


Sabes que me encanta tocarte las narices cuando todavía estás dormido para que me susurres al oido, despacio y con la boca pequeñita, que definitivamente me despierto queriendo guerra contigo; y luego guerra me des y mi piel se vea invadida por la tuya, mi abdomen se rebele, mis ojos te miren con odio y luego mi boca te bese con furia de titanes.
Desayunarte sin ropa, que las tostadas y la mermelada antes de las nueve no me entran; y fingir luego que me importa llegar tarde mientras tu, sólo tú, haces que poquito a poco me estremezca.
Luego, como quien no quiere la cosa contarte que esta mañana no tengo clase a tercera y que ya si quieres te espero en el baño de la tercera planta, ese que nadie sabe que existe y que se siente vacio cuando nos vamos. Quizás somos sucios de mente, un poco descarados, pero sé que a las paredes del baño de la tercera planta le divierten las cosas que te susurro al oido y que hacen que se te nazcan ganas de hacermelo todavía más fuerte.
Comprenderás entonces que esto del recreo no tiene gracia si no estás tu esperándome a la salida con un bollo de Bob esponja que me hacen sonreír con fuerza y que me llenan de chocolate hasta las cejas.
Ahora sí, vete que llegas tarde a segunda hora, que la primera fue de anatomía y a tercera toca repaso; y nada de saltarse la clase, que luego te pongo falta y entonces mañana no toca tocarte las narices con ganas de guerra.

Y el guiño de tu ojo sonriéndole a mis tetas. Buenos días a tí también amor mío, deja que te toque las narices.

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