viernes, 22 de abril de 2011


Nos pasamos la vida cayendo y cobarde es aquel que no lo admite; da igual por dónde caminemos porque siempre acabamos tropezándonos con algo, a veces incluso con nosotros mismos.

Ella era una muchacha joven cuando la conocí pero miraba como quien ya ha visto mucho mundo y está cansada ya de días y días sin que el viento alborote sus cabellos con la ternura de un ayer que ya queda demasiado lejos. Tenía la mirada de mármol y una sonrísa de acero inoxidable casi agresivas, tanto, que el parroco del pueblo dónde vivía (si es que a aquello se le puede llamar vivir) acostubraba a santiguarse cuando la veía pasar, y a veces incluso susurraba mientras miraba al cielo con reproche "quien pudiera caer en la tentación".
Antes no era así, porque yo la recuerdo libre, cuando su risa se oía desde mi ventana por las mañanas dándome los buenos días...pero dicen que la hirieron tantas veces que en vez de corazón tenía metralla y que su latido era más bien un tintineo metálico y desacompasado.
Murió joven, dijeron, que de una herida ya antigua en el centro del pecho y con nombre de hombre que prefería una botella de whisky al verde de sus ojos.

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