Aquella noche no podía dormir, el radiador de la habitación de aquel hotel de la Séptima avenida con la calle Madisson no paraba de emitir un pitido ensordecedor que desquiciaría hasta al mismísimo diablo. Estaba empapado en un sudor frío,casi enfermizo, de noches y noches sin dormir bien; lo cierto es que hacía mucho tiempo que no lograba conciliar un sueño profundo y reparador. Harto de aquel pitido me vestí y tome el ascensor, una vez en la calle comencé a caminar sin rumbo, sin preocuparme en qué haría cuando quisiera regresar. Recorrí un sin fin de calles girando en cada esquina, entonces comenzó a nevar y decidí sentarme en aquel banco a fumarme un pitillo para intentar apaciguar esos nervios que se erigían cada vez más de punta.


De pronto del restaurante de la esquina salieron tres hombres y dos mujeres vestidos de traje y se quedaron despidiendose en la entrada cuando salió aquella rubia, se despidio de todos y comenzó a caminar hacia mi. Recuerdo el sonido de sus tacones contra el asfalto y como estrujaba el abrigo con fuerza contra su cuerpo. Cuando pasó por mi lado ví su rostro y ambos nos quedamos mirando el uno para el otro. Los pequeños copos de nieve se posaban lentamente sobre su pelo mientras yo no podía dejar de mirarla.


Era ella, en el último lugar del mundo dónde pensé encontrarmela, muchos años después de verla por última vez; era rubia ahora y no morena como yo la recordaba, no sabía nada de su vida en estos años....y estaba frente a mi, mirándome asustada.
Desvió la mirada lentamente y siguió caminando sin volver su vista hacia atrás. Me levanté de aquel banco y grite su nombre, ella se giró un segundo y luego siguió su camino.