Creo que esto de decir que NO, es adictivo y a veces me gusta repetirlo hasta la saciedad...que ya que hemos aprendido la lección tendremos que aplicarla.

Y eso de que la realidad supera con creces la ficción tiene razón sólo si hablamos de nuestras desgracias existenciales, o de sus ojos, pero para eso no son necesarias razones.

Cuento uno a uno los pasos que nos separan de lo que fuimos y a veces llego a pensar que si fue así fue para que aprendiera algunas de las pocas cosas que se, otros días pienso que simplemente ha sido una de esas injusticias inexplicables de este mundo estúpido dónde nos ha tocado vivir.
Yo quiero irme ya a Marte, o a la Luna...y ver desde allí el consumo eléctrico desmesurado y cambiar la cara de preocupación por una sonrisa, porque igual una de esas luces es la bombillita que enciendes por las noches cuando no puedes dormir, y entonces quizás estés pensando en mi...que dolores de cabeza doy unos cuantos.

Empecé diciendo que aprendí a decir que no y ya estoy hablando de lo mismo...aunque si quieres tentar a la suerte mejor no lo hagas hoy, que me siento demasiado capaz de mandar todo al cuerno, incluso tu sonrisa, aunque sea entre suspiros y me pase la vida pensando en ti, en ella.

Hay cosas que pierdes cuando te haces mayor...pero debajo de las sábanas, cuando tengo miedo por las noches, mientras ruego que no me pillen mis fantasmas, te veo junto a mi rogando un poquito de fuerza de voluntad para no cometer los mismos errores. Y a veces te pregunto si fue un error y tu me miras con esa cara de sueños que dejamos sin cumplir porque yo intenté ser un pájaro y resulté ser fénix. Y si algo me queda de consuelo es que ya no me queda nada que perder, y cuando ya no se tiene nada es cuando te das cuenta de que sólo te queda luchar por todo, a vida o muerte, con la vida.